miércoles, 3 de agosto de 2011

Lento y monótono juego

   El sol brilla alto en el cielo. Hoy, un cielo limpio, sin nubes. Una ligera brisa levanta minúsculas olas, apenas unos jirones de espuma se dibujan sobre el mar de la bahía. A pesar del buen tiempo, la playa es inmensa, solitaria. Unos pies descalzos se hunden en la arena; uno de ellos sangra por una pequeña herida recién abierta en un dedo y se deja cojear ligeramente. El hombre no le da más importancia de la que para él tiene. Junto a una roca se detiene y va a sentarse sobre ella. El mar es hoy muy bello. El hombre deja primero la mirada perdida en levante, mar adentro; después contempla la orilla. Su mirada es interna y abstraída; puede que no exprese nada y podría decir casi todo, pero nadie, salvo el mar quizá, puede aproximarse a ella. En la orilla, una botella juega con las olas y entra y sale del mar a capricho de éstas. Ahora, los ojos grises del hombre juegan también al mismo lento y monótono juego. Son los tres, en este momento, una misma cosa; como un sencillo mecanismo ajeno e inmune a la descomposición que sobre la materia ejerce el óxido del tiempo. El hombre, la botella, las olas: podrían estar así cien años.

© Alejandro Frías

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