sábado, 23 de julio de 2011

Las antípodas


   El silencio de la playa contrasta en mis oídos con todo el bullicio que evoluciona alrededor de las luces de neón. Aquí, apenas se oye el leve chapoteo que producen las aguas tranquilas al acariciar la orilla: Una canción de velas harapientas y mástiles torcidos. Una balada antigua, como esta soledad que siempre está y que a veces se digna a acompañarme sin ofrecerle un cetro a la violencia de mis pensamientos. ¿Qué mundos habrá, qué otro tipo de soledad existirá allende el horizonte, allí donde las aguas brillen azules bajo un sol recién nacido? ¿Qué clase de seres agotarán allí caricias de bronceador, rayos de sol y sombras de palmeras? Quizá también mis antípodas miren silentes hacia las brumas que cubren esta tierra. Quizá también, uno de entre ellos, se sienta extraño entre sus respectivos tubos de neón, hermético tras unas gafas oscuras que le protejan de estas negras murallas, salvaje en esta tierra enamorada de la bomba atómica. 

© Alejandro Frías

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