Siempre el mismo área de ciudad desde el mirador de mi ventana. El reloj, impertérrito, apenas susurrando el paso de la muerte con sus metálicas horas en punto; impávido ante ese gran escaparate de mierda en movimiento; impasible, viendo como el veneno se desliza por la soledad de una aguja; inalterable ante el vuelo sin retorno de las ambulancias.
La vida bulle. La vida es un animal que hace cabriolas sobre cuchillos afilados que dormitan, que simulan estar bajo trance. La vida es la página necrológica del diario, lo que nadie lee, lo que a todos nos da miedo posar bajo los ojos. El conductor del autobús cagándose en la madre del propietario del automóvil mal aparcado. La boca del metro absorbiendo locos como una aspiradora morbosa, escupiendo seres esquizofrénicos como una gran tostadora de mal funcionamiento. Las luces del semáforo arrancando improperios del buzón de las aspirinas, repartiendo nervios, agotando paciencias. El mismo joven que ayer le robara el bolso a la chica de amarillo preguntándole la hora al guardia de la porra. El mismo aire poluto dibujando nubes oscuras por encima de los tejados.
Este es el gran hipódromo. Si has decidido ser caballo de carreras: Bienvenido al reino de las tinieblas. Las cartas están sobre la mesa. Aquí no se engaña a nadie. Los políticos prometen en mangas de camisa. Los gobernantes sonríen en la pantalla. La muerte nos invita a café y ni tan siquiera nos escatima el azúcar.
© Alejandro Frías
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