Esperarte,
como si fuera cierto que estuviera aguardando tu llegada
desde el inhabitable rincón que tengo reservado
en ese oscuro bar de carretera sucia y polvorienta.
¡Qué traidora, qué puta, qué indolente,
qué exenta de argumentos, de razones
la esperanza!
Atrapado en el ingrávido abismo donde los granos de arena penden silenciosos,
cementerio ancestral de interrogantes,
allí donde el tiempo esculpe impasible sus volutas de humo
y vierte su húmedo lamento el cielo anaranjado,
la nicotina que se adhiere inexorable a mis raíces.
¡Qué pérfida, qué ingrata,
la soledad que me acompaña!
Luego la frágil e inquieta conjetura deriva en espejismo verde
y la agrietada cornisa de la duda se desploma,
la esquina se inclina reverente
y se pasea la tarde, súbitamente anochecida,
... tus cabellos encendidos con su séquito de insectos voladores.
Entre la ilusión y la certeza
no existe nada más que el destello fugaz de una mirada.
© Alejandro Frías